lunes, 2 de julio de 2018

Otro lugar, el mismo lugar

He vuelto a mi interior luminoso y reformado con la cautela de quien regresa a una casa en la que vivió de niño. Sin saber muy bien si está deseando entrar o, en realidad, desea salir corriendo en dirección contraria.
Pero me decido y entro. Y lo primero que me estremece es darme cuenta de que fue hace casi nueve años cuando entré por primera vez en él. ¡Nueve años! ¿Es posible?
Tengo una extraña sensación, que por un lado me atrae y por el otro me repele, de que mi vida nunca va a entrar en velocidad de crucero. Hace nueve años que decidí hacerme con este interior luminoso y reformado porque anhelaba un refugio donde iniciar una nueva vida e inaugurar, por fin, la estabilidad vital.
Unos años después cerré su puerta y me fui hacia otro lugar, con la ilusión de quien sale de su casa para encontrar por fin ese lugar donde establecerse. Hoy, casi una década después, regreso de visita. Recuerdo haber pasado por aquí hace dos o tres años, de visita, con la curiosidad del turista, que pasa sin detenerse. Todo seguía tal y como lo había dejado y tanta quietud me hizo darme cuenta de que yo había cambiado mucho, por el contrario.
En el día de hoy, he venido buscando algo, aunque no sé muy bien qué. Dos años después de aquella rápida visita, regreso de nuevo echando de menos esa intimidad que este interior me daba y que ahora echo de menos.
Soy otra en casi todo, menos en la necesidad de refugio interior. Mi vida sigue siendo una historia sin tregua, un relato que no deja espacio para el aburrimiento. Pero yo, sin embargo, anhelo esa luz tibia, calma, suave. Ese pasar el tiempo en silencio sin que nada pase. Y me acuerdo de este lugar. Siempre volver.
Y me doy cuenta, como sucedió en mi última visita, que todo está igual, pero todo es diferente. El silencio me revela que ya no tengo vecinos. Se marchó la estudiante que me entretenía con sus preciosos cuentos y su entusiasmo juvenil. Se marchó el vecino con el que pude compartir alguna tarde de conversaciones y confesiones, que se alargaban hasta bien entrada la noche y que nos aliviaban nuestras respectivas penas. Se marcharon todos. Y se marcharon también las visitas de un día, desalentadas por el progresivo abandono de todo el vecindario.
Y ahora, siento como si fuera una superviviente de aquella época y me pregunto dónde estará cada uno de ellos. Paseo por la escalera por la que antes trasegaban unos y otros, deteniéndose en los pisos y charlando cada cual según su forma, los de los exteriores a voces, unos días más risueños y otros menos; y los de los interiores, como yo, despacio y en sosiego.
Hoy decido hacer de este interior mi lugar de descanso. Quiero desempolvar los muebles y recuperar parte de aquella época. Quiero venir de cuando en cuando a pasar una tarde, una noche. Pero yo sola.
Aquí estaré, a ratos, en momentos, según.
Es mi lugar secreto. Mi refugio. Mi descanso. Es mi interior y me gusta que siga así, luminoso y reformado.