miércoles, 17 de diciembre de 2008

Cuatro llamadas

Era la cuarta vez que aparecía su nombre en la pequeña pantallita del teléfono inalámbrico. Y, por cuarta vez, decidió dejarlo sonar y sonar y sonar.
Aquel día la excusa ni siquiera llegó a tomar forma.
Sólo volvía una y otra vez la misma pregunta que en las otras tres ocasiones, ¿por qué? y, sobre todo, ¿por qué ahora?
¿Por qué? era en realidad una pregunta insuficiente, pues ella sabía, antes incluso de poder imaginarse una respuesta, que fuera cual fuera ésta, no le devolvería la paz.
La primera vez que llamó, le pareció que el timbre del teléfono sonaba más fuerte que nunca. Y sintió que el sofá en el que estaba recostada comenzaba a engullirla y su cuerpo pesaba cada vez más, de tal forma que no quiso y no pudo responder.
El efecto de aquella llamada sin respuesta se prolongó hasta bien entrada la noche. Y terminó haciendo lo que solía hacer cuando se veía atrapada en una sobredosis emocional: tomó un papel y dejó que el bolígrafo diera forma a su ansiedad.
La segunda llamada le sorprendió aún más y trató de mantener su ansiedad a raya anticipando y creando todo tipo de historias mundanas. Quizá se trataba sólo de una llamada para regalarle unas entradas para un concierto, o para informarle de la enfermedad de algún conocido común, o para hacerle una consulta profesional...
Pero en el fondo de su corazón, sabía que esa llamada la expondría a volver sobre su pasado, a verbalizar lo que había ya archivado en el fondo del baúl de las frustraciones de su sótano oscuro, y que, además, ya no había ningún dolor que aliviar porque, como la arena de la playa que con el viento va recuperando una forma suave y neutra, su vida volvía a la plácida y maravillosa cotidianeidad de los pequeños episodios familiares, laborales, sociales.
La tercera llamada fue del todo inesperada. Tanta insistencia comenzó a preocuparla: quizá sólo se trataba de ponerle al día de alguna funesta noticia, de una desgracia familiar... Un impulso la llevó a coger el teléfono... justo en el momento en que éste dejaba de sonar.
Quizá fuera mejor así, se dijo.
Pero esta noche había vuelto a sonar. Era ya la cuarta llamada en las dos últimas semanas. Y había conseguido comenzar a sentirse culpable por no atenderla.
¿A qué se debía tal insistencia? ¿Por qué ese empeño en ponerse en contacto con ella, a estas alturas? Y si estaba sólo movido por la bondad y la amistad, ¿hasta dónde llegaría?
Aún sin haberlo decidido, sabía que no respondería a las llamadas, que esa sería su última conexión con su pasado porque eso era lo que en su día resolvió hacer y no podía haber marcha atrás.
El teléfono no volvió a sonar nunca más.

3 comentarios:

Félix Eroles dijo...

Jooo, qué intriga...!

¿Volverá a llamar?


Félix

Isabel dijo...

No lo sé. Ella tampoco lo sabe. Pero ha tomado una decisión que la libera de preguntárselo más. A veces, hay que dejar llamadas pasar. Lo difícil es saber cuáles.

Lobo Atento dijo...

jaja,a mi también me ha intrigado.
Yo creo que no seria capaz de dejar pasar tantas llamadas.
Saludos