Alguien me dijo una vez que el libro de nuestra vida abre un nuevo capítulo cada diez años. Y lo pienso, recorriendo mi propia biografía, y creo que así es. Es fácil identificar esos capítulos que van construyendo nuestra historia cuando una mira hacia atrás. Lo complicado es darse cuenta en el justo momento en que cambias de capítulo. En ese preciso instante donde aún es difícil determinar si estás ante un cambio menor, o realmente es un momento crítico, un punto de no retorno en tu vida.
Pues eso es lo que me ha sucedido a mi. De pronto, toda mi vida se tambaleó en todos los órdenes: mis hijos volaban; mi casa de siempre, ese lugar que ha visto a tus hijos crecer, del que conoces los rincones, los ratos de sol, las corrientes, los olores... podía dejar de serlo; mi trabajo, donde me había desempeñado en los últimos quince años con mucho acierto, estaba en peligro... En realidad, era todo lo que quedaba en pie. Sentía físicamente disolverse el suelo que me sostenía.
Después de tanto vivido, de caerme mil y una veces, de levantarme otras tantas, cuando ya me merecía cierta certidumbre sobre mi futuro, todo se venía abajo y tenía que tomar decisiones importantes.
Y, en ese momento, me acordé de ese aforismo que, de tan manoseado, apetece no mencionarlo. Aquella idea de que en nosequé cultura, creo que la china, la palabra que designa el concepto 'crisis' es la misma que se utiliza para 'oportunidad'. La primera vez me llamó mucho la atención. Los orientales tienen siempre una frase poderosa para cada vicisitud de la vida. Después de escucharla hasta la saciedad, ya no me hace tanta gracia. Pero la cuestión es que la recordé en medio de aquel terremoto de desgracias. Y decidí hacerla mía. Decidí que, costase lo que costase, yo me levantaría de la lona y lo haría como siempre, habiendo subido un peldaño más, habiendo crecido, habiendo hecho de la dificultad, un triunfo personal.
Cosas pasaron. Hoy sigo aquí, en mi casa. En mi hogar. Y, como siempre he querido hacer, le he dado un lavado importante. Con mis manos. Y con mucha calidad, debo decir. He aprendido mil oficios y he hecho de ella un lugar muy luminoso y muy a mi gusto, acogedor y mío.
He cambiado de trabajo. Aprovechando la pandemia, me despidieron. Ahora estoy donde siempre quise estar. Entre libros, entre cultura, en un lugar maravilloso, en mi Ítaca. Ganado con enorme esfuerzo, tesón, trabajo y disciplina. A mi manera. Como todo lo importante que he conseguido en mi vida. Mi segundo apellido es 'pertinaz'. Me incorporaré en un plazo breve, quizá tres o cuatro semanas. Y estoy deseando hacerlo.
Mis hijos han volado, pero solo a medias. Así que mi papel de madre ahora se tiñe de abuela porque les recibo como solo las abuelas bonitas lo hacen. Hemos redefinido en algunos términos la relación. Ahora discutimos menos y trato de agradarles más. Ellos, como buenos hijos, miran más hacia sí que hacia mí. Como hemos hecho todos, sin apenas darnos cuenta: la vida está ahí para nosotros. Y priorizamos gozarla. Pero sé que están y que estarán.
Ahora miro hacia atrás y me digo: "sí; fue en ese preciso momento cuando pasé la última página del capítulo para empezar uno nuevo". No sé a dónde me llevará. Pero empieza muy bien. Y me siento satisfecha, orgullosa y soy mejor. Mi interior es más luminoso y, definitivamente, ha pasado por una reforma integral.
Así que aquí estoy. La misma de siempre y tan distinta a la de hace quince años. Si no fuera porque se trata de otra fase manoseada hasta el infinito, diría que el Ave Fénix ha vuelto a resurgir de sus cenizas.
Y, aunque por aquí ya solo quedo yo, quiero lanzar mi felicidad y el orgullo de mi misma al éter. Para el que pase por aquí o para mí. Aunque sea solo para que pueda seguir volviendo a este Interior Luminoso y Reformado y no perder el hilo de mi vida y de cada uno de sus capítulos.
Que ustedes disfruten de su vida muchísimo, sea cual sea el capítulo en el que se encuentren.