martes, 28 de octubre de 2008

Infancia

Esta mañana, mientras caía una lluvia persistente y gris sobre Madrid, hacía zapping en la radio del coche. En una de sus paradas, mi radio me rescató de mis pensamientos para devolverme un diálogo entre un locutor chispeante y una silenciosa oyente.

El locutor narraba los recuerdos de mañanas de lluvia yendo a la escuela, de calcetines empapados dentro de zapatos de colegial de gruesas suelas de goma; de pantalones cortos y de saltos en los charcos... Y finalizaba evocando con cierta nostalgia las alegrías intensas y cotidianas de la niñez.

El dial ha seguido saltando de cadena en cadena, pero en mi cabeza ya había creado felices imágenes de esa misma calle, que yo ahora pacientemente recorría dentro de mi coche, y en las que niños y niñas, yo misma, trotaban despreocupados, pisando charcos y riendo de... quién sabe qué.

Y el recuerdo inventando me ha dibujado una sonrisa en el rostro, una sonrisa de niña, sin nostalgia, auténtica; la sonrisa de la niña que yo fui y que se parecía a la sonrisa intensa, rotunda de mi hija pequeña.

En realidad, aquellos niños que corríamos sin peligro calle a través, sin miedo a los coches -que eran pocos... y también infantiles- nos sentíamos libres y felices. Fijándome bien en los rostros de los alegres muchachos, reconocí a mis hijos. Yo era ellos, ellos eran yo.

Ha sido un recuerdo inventado muy breve. Lo justo para caer en la cuenta de que se me olvida a veces que la infancia es la época de nuestra vida en la que debemos ser niños; en la que nuestras preocupaciones deben ser cumplir con nuestras obligaciones de hijos, de escolares; en la que cada día se escribe en papel de doble raya y con lápiz y goma milán; la época de rodillas magulladas, de coderas en el jersey y de carreras para todo; la época de pasillos con olor a colegio y de recreos llenos de arena.

Y me he dado cuenta de que nada tiene que ver la infancia con tener todo lo que se desea; con salir todos los sábados a comer fuera; con coleccionar películas, juguetes, consolas...

¿Cuántas cosas podrán descubrir con sorpresa los niños, si les saciamos hasta hartarse de todo?

No quiero olvidar esas imágenes limpias y ligeras, para regalarle a mis hijos una infancia sin lastres. Los lastres ocupan mucho espacio y pesan demasiado: no les dejarían correr, volar.

1 comentario:

Félix Eroles dijo...

Isabel un post muy bonito y entrañable.

La mayoría podríamos refrendar las sensaciones, olores, visiones, que nos evocan tus palabras de hoy.

Y si tú que eres bastante más joven que yo tienes esos recuerdos de una época más apacible, sin coches, con un trasiego más controlado, imagínate mi infancia en los 60. Bueno, otro mundo. Cuando reflexiono de los cambios que estamos viviendo en estas generaciones me asombro.

Besos, Félix