Aunque poco a poco va remitiendo, el clima de "comienzo", de "novedad", de "cambio" aún se reconoce en el ambiente. Admito que este año veo poca tele, supongo que, como siempre por estas fechas, habrá cientos de anuncios de publicaciones coleccionables sobre los más variopintos temas: barcos por piezas, jarroncitos de época, muñecas regionales o vaya usted a saber; por otro lado, a más de uno nos habrá sorprendido algún compañero de oficina que, contrariamente a sus hábitos pasados, aprovecha el mediodía para sudar un rato en el gimnasio; incluso habrá algún valiente que haya tirado los ceniceros de su casa a la basura, convencido de que, este año sí, va a dejar de fumar.
Confieso que yo también he hecho mi lista de propósitos y, no, no se los confesaré ahora a ustedes... Quizá en otro momento.
Pero lo que sí quiero compartir en este post es mi reflexión acerca de esta debilidad nuestra frente a los compromisos de cambio. Quizá sea uno de los asuntos más complejos para mí. ¿Quién, o qué sabotea cada proyecto, cada objetivo, cada plan que nos trazamos? ¿Dónde se esconde semejante saboteador?
Supongo que ya lo habrán experimentado... En nuestro interior.
Por alguna razón, y por muy beneficioso y bien definido que esté el objetivo que nos hayamos propuesto, la tendencia natural de nuestra naturaleza es la de permanecer donde estamos. Eso de evolucionar... No solemos movernos alegremente de nuestro sitio a no ser que nos empujen, nos obliguen o... O nuestra fuerza interior sea tan poderosa que pueda vencer las resistencias iniciales.
Y ahí está el quid de la cuestión: la dificultad máxima, para mayor fastidio, está en los primeros pasos. Algo similar a lo que le sucede al bebé que comienza a andar: sus primeros pasos son tan torpes, tan inestables, tan descoordinados que lo raro es que los niños terminen andando y no decidan volver a los brazos de su madre tras la primera caída. Pero no lo hacen.
Su determinación por conocer es tan fuerte que ni siquiera la amenaza de lo desconocido supone un impedimento para sus dolorosos y frustrantes comienzos. Su motivación, casi podríamos calificarla de irracional porque camina por los cauces de la emoción, es más fuerte que la lógica del esfuerzo que ello supone.
Quizá el objetivo de este año debería ser simplemente intentar hacernos un poco más niños, en su valentía, en su determinación, en su perseverancia, en su transparencia, en su espontaneidad...
Mucha suerte con sus propósitos y recuerden que Roma no se hizo en un día. O como han estudiado los americanos, que para ésto son muy suyos, perseveren al menos 30 días consecutivos -consecutivos- en la realización de cualquier tarea y se sorprenderán del resultado.
Confieso que yo también he hecho mi lista de propósitos y, no, no se los confesaré ahora a ustedes... Quizá en otro momento.
Pero lo que sí quiero compartir en este post es mi reflexión acerca de esta debilidad nuestra frente a los compromisos de cambio. Quizá sea uno de los asuntos más complejos para mí. ¿Quién, o qué sabotea cada proyecto, cada objetivo, cada plan que nos trazamos? ¿Dónde se esconde semejante saboteador?
Supongo que ya lo habrán experimentado... En nuestro interior.
Por alguna razón, y por muy beneficioso y bien definido que esté el objetivo que nos hayamos propuesto, la tendencia natural de nuestra naturaleza es la de permanecer donde estamos. Eso de evolucionar... No solemos movernos alegremente de nuestro sitio a no ser que nos empujen, nos obliguen o... O nuestra fuerza interior sea tan poderosa que pueda vencer las resistencias iniciales.
Y ahí está el quid de la cuestión: la dificultad máxima, para mayor fastidio, está en los primeros pasos. Algo similar a lo que le sucede al bebé que comienza a andar: sus primeros pasos son tan torpes, tan inestables, tan descoordinados que lo raro es que los niños terminen andando y no decidan volver a los brazos de su madre tras la primera caída. Pero no lo hacen.
Su determinación por conocer es tan fuerte que ni siquiera la amenaza de lo desconocido supone un impedimento para sus dolorosos y frustrantes comienzos. Su motivación, casi podríamos calificarla de irracional porque camina por los cauces de la emoción, es más fuerte que la lógica del esfuerzo que ello supone.
Quizá el objetivo de este año debería ser simplemente intentar hacernos un poco más niños, en su valentía, en su determinación, en su perseverancia, en su transparencia, en su espontaneidad...
Mucha suerte con sus propósitos y recuerden que Roma no se hizo en un día. O como han estudiado los americanos, que para ésto son muy suyos, perseveren al menos 30 días consecutivos -consecutivos- en la realización de cualquier tarea y se sorprenderán del resultado.
6 comentarios:
Buen post.
Supongo que nos nacen los miedos.
De niños no vemos ningún peligro, somos inocentes hasta en eso.
Lo malo, es que ese miedo a lo desconocido, hace que nunca apostemos... y ya se sabe, quien no apuesta no ganas.
Mi abuelo me enseñó a ver el mundo con "ojos de niño" como decía él. A veces es dificil, pero doy fe de que se puede conseguir.
Un besazo
Gracias Lobo Atento por tu comentario. Gracias a tu abuelo has aprendido algo que siempre te será útil.
Me alegro de comprobar que mi post sí se guardó, aunque no el título completo.
Esta noche tendrá ya su título y su imagen.
Un beso,
Yo creo, que aunque nuestra estructura está en continuo cambio,cuando pensamos en realizar un nuevo proyecto,o en cambiar una conducta,a veces es costoso, ya que nos supone un gasto energetico y nuestro organismo tiende a ahorrar energia.
Cuando realmente lo deseamos sucede automaticamente, sin ocasionar ningun gasto, y eso todos los hemos experimentado o lo hemos observado en los demás.Sucede como en el Mago deOz,solo basta desearlo.Y si no sucede, tampoco pasa nada.
..."El hombre no deja de jugar porque envejese. Envejese porque deja de jugar"...
Es cierto no?!
Saludos desde Argentina
María, estoy completamente de acuerdo contigo. La clave está en ese deseo profundo y auténtico de cambio, ese que es libre del saboteador, ese que no se engaña a sí mismo.
Gracias por tu comentario.
Gracias al juego conocimos el mundo. Mediante el juego empezamos a comprenderlo y, después, dejamos de jugar. Por suerte, algunos seguimos jugando y yo me siento afortunada en extremo porque he hecho del aprendizaje a través del juego una profesión.
Un abrazo, Marina.
Hola, yo he leído que solo con 20 días ya basta...
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