Esta tarde no quería que llegará la noche. No. Pensaba "la noche me hará estar más triste y lo oscuro envolverá todo lo que piense y todo lo que sienta".
Es cierto que suelo ponérselo fácil. Me acurruco en el sofá, me hago pequeña, frágil, me dejo acompañar de una música melancólica - hoy ha sido el adagio para cuerda de Barber- y mi tristeza empieza a desbordarse.
Ya es la noche. Cierro la puerta de la calle, sólo Barber y el silencio de mis pensamientos en deriva.
Sólo la noche sabrá cuál es el motivo de mi pena. Cómo un encuentro fortuito y algo que nunca sucedió me han dejado malherida. Y sé que es lo mejor que me ha podido pasar en las últimas semanas.
Esta es la noche de haber caminado por el borde del acantilado y haber sido rescatada en el justo momento en que perdía pie.
Por eso me siento triste. Por no haber sido capaz de alejarme del acantilado por mi misma. Por haber dado el paso en la dirección más peligrosa. Porque, al final, estoy salvada por quien podría haberme empujado al abismo.
Sé, querido lector, siempre tan inteligente y despierto, que sabes de lo que hablo.
Que, al igual que yo misma, te habrás sorprendido al saberme paseando por semejante y peligroso lugar.
Pero necesito tu comprensión porque es de noche y está noche no podría manejar más tristeza.
Mi interior hoy está oscuro.
Mañana será otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario